Decimosegundo aniversario de la muerte del patriarca. La familia celebra misa y oración en la catedral de San Michelle, en Venzone, un diminuto pueblo italiano de la provincia de Udine. Tras la ceremonia, los más fuertes de la familia abren el sarcófago de la cripta anexa a la catedral y sacan a su antepasado. Le visten con nuevas ropas y le engalanan con flores de temporada. La compungida y anciana esposa procederá a pasear con el difunto por los jardines del camposanto, recordando viejas historias y anunciando las aventuras de los nuevos miembros del clan.
El rostro del difunto todavía es muy reconocible porque su cuerpo está momificado. Impecablemente vestidos ambos, posan para la cámara que inmortalizará a la pareja en su eterno reencuentro. Se despiden. La mujer regresa a su hogar y el hombre a la tumba. Suenan las campanas.
Lo que parece una historia salida de la mente de Tim Burton es la recreación de una escena cotidiana en esta pequeña aldea italiana que en 1647 hizo un descubrimiento que cambiaría su historia para siempre.
Durante unas pequeñas obras en el cementerio de la capilla se produjo un hallazgo asombroso. Uno de los cuerpos enterrados desde hacía décadas salió a la luz en un estado de conservación sorprendente. La putrefacción y descomposición natural no había hecho su trabajo y el cuerpo parecía conservar un halo de vida eterna en el gesto momificado. En tiempos de proselitismo, fe y doctrina no había hueco para la investigación. Aquello tenía que ser un milagro. El cuerpo fue rescatado y llevado a la cripta de la pequeña iglesia.
Le llamaron el jorobado -”la mummia del Gobbo"- porque la postura petrificada de su anatomía había curvado en exceso su espalda. Era un antiguo miembro de la familia Scala, los mecenas de las obras de la misma catedral donde yacía. Un misterio.
Con la invasión napoleónica de 1797 las tropas francesas participaron de la leyenda mágica y del relicario, arrancando jirones de carne amojamada del pene del ‘jorobado’ como prenda de suerte y macabro souvenir afrodisíaco. Los amuletos regresarían a Francia para promocionar la increíble leyenda de la momia de Venzone. El mismísimo Napoleón visitó la cripta para admirar el cuerpo apergaminado.
Pero la historia no había hecho más que empezar. Mientras se ejecutaba otra reforma de la necrópolis de la catedral aparecieron más cuerpos momificados. Y no todos. Las tumbas del número 1 al 10 estaban perfectamente conservadas, con sus cuerpos momificados pero las del 11 a 17 eran polvo de carne con hueso. Inmediatamente los familiares de los fallecidos e incorruptos asumieron la santidad de su obra. Alguna fuerza superior había decidido que sus seres queridos no deberían abandonar este mundo. Y no era casualidad, ya que solo unos pocos eran los afortunados. Había nacido el mito.
Entre 1825 y 1891 se llegaron a extraer más de cuarenta momias, algunas de las cuales fueron trasladadas al Consejo de Ministros de la Universidad de Padua, al Museo de Viena o a la iglesia de los Inválidos, en París. Durante mucho tiempo los cuerpos fueron la atracción del pueblo. El turismo religioso y morboso para hacerse fotos con ellas se intensificó. Pero la actividad realmente llamativa no era la de los turistas. Regularmente sus habitantes desenterraban a sus familiares para retratarse y recordar un pasado glorioso junto a sus rostros aún reconocibles. Fotos paseando, delante de sus antiguas casas, con los nuevos miembros de la familia… Hasta que un terremoto en 1976 acabó con parte de las momias conservadas.
¿Qué pasó con las momias de Venzone? ¿Por qué unos cuerpos se conservaban y otros no? Hay dos teorías, pero probablemente sea la combinación de ambas las que expliquen el singular fenómeno.
Venzone es una población construida sobre roca caliza, atravesada por cientos de torrentes de aguas subterráneas muy alcalinas. Una combinación bastante hostil a la putrefacción. Probablemente las filtraciones de esta alcalinidad sobre el terreno del camposanto habría secado aquellos cuerpos más expuestos. Todo acelerado por la acción enzimática, el PH y los flujos de aire. Algunas tumbas estaban mejor selladas que otras por lo que no disfrutaron del secado natural. Pero esto no es suficiente, porque hay muchos entornos con estas peculiaridades.
Lo verdaderamente singular fue el descubrimiento en las tumbas de la catedral de un hongo muy poderoso, un antibiótico llamado Hipha Bombicina Pers. En un medio hostil sin flujo de aire, a una temperatura constante muy fría, el hongo se comporta como un parásito con la capacidad de absorber la humedad de los cadáveres de una forma muy rápida, desecando la materia orgánica susceptible de putrefacción y preservando la piel como pergamino natural.
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