Los incontables procesos registrados por la Inquisición en todos los países, el enorme número de brujas que fueron ahorcadas o llevadas a la hoguera por tener tratos con el demonio, nos hace pensar que si existió realmente una epidemia de brujería en toda la Europa medieval, ¿o fue una locura colectiva absurda e inexplicable? Que nació y murió al socaire de unas circunstancias bien delimitadas.
¿Es increíble que tantos miles y miles de hombres y mujeres fueran condenados sin motivos, o realmente hubo algo en torno de ellos que motivó las condenas con un fundamento de causa? La lectura de las actas inquisitoriales nos muestra, a menudo, detalles sorprendentes. Así como algunos casos muestran evidentísimos la coacción por el miedo y la tortura, y la inocencia de los inculpados es tan prístina como un cristal, en otros los acusados no vacilan en aceptar de principio las acusaciones, declaran libremente sus pactos con el demonio, cuentan sus orgías nocturnas, sus reuniones con el Príncipe de las Tinieblas, sus concupiscencias.
¿Puede ser todo esto imaginación... o existieron realmente las brujas? ¿Hubo pactos verdaderos con el demonio?
Dejando aparte el hecho de que el imperio del demonio en la Edad Media fue en gran parte la obra de la Iglesia, dejando aparte también la posibilidad de la existencia real de los pactos con el demonio (de la que nos ocuparemos en un próximo tema), hay que admitir que, en la Edad Media, hubo gran número de hombres y mujeres que creían realmente tener tratos con Satanás y oficiar de brujos. ¿Los tenían realmente? Tal vez algunos sí. Pero en gran parte de estos casos de embrujamiento convencido,
este convencimiento no era más que una ilusión de las mentes de los propios pretendidos brujos y brujas, cuyos orígenes eran una desenfrenada insatisfacción sexual, una imaginación tan rica como desequilibrada, el uso de algunos ungüentos que, como se comprobó posteriormente, tenían en su composición drogas alucinógenas...
Pero, aunque los fundamentos de sus creencias no fueran más que producto de sus propias imaginaciones enfebrecidas, sus obras eran reales. Al respecto se cuentan verdaderas atrocidades: según Sprenger, dominico comisionado por Roma para extinguir la hechicería en Alemania, los brujos se entendían con los médicos y los parteros para comprarles los cadáveres de niños recién nacidos. Los parteros daban muerte a las criaturas en el mismo momento en que nacían, clavándoles largas y finas agujas en el cerebro, tras lo cual declaraban que el niño había nacido muerto y procedían a enterrarlo. Llegada la noche, los brujos desenterraban a la víctima y la llevaban a sus cuchitriles, en donde la hervían en un caldero con hierbas narcóticas y venenosas y procedían luego a varias operaciones de laboratorio para obtener como resultado una especie de gelatina. El residuo líquido se vendía como elixir de larga vida, y la parte sólida se mezclaba, bien triturada, con grasa de gato negro y sebo, de lo cual salía una pomada que era usada para las fricciones mágicas.
Las brujas alcanzaban su paroxismo cuando relataban sus uniones carnales con Satanás, en cuyos relatos se incluían todos los excesos. Posteriormente se ha querido explicar todo ello a través de una sexualidad
La captura de una bruja era algo sumamente difícil y complicado... y ponía en grave peligro a sus captores si no sabían ser listos. Era preciso, en el momento de capturarla, levantarla inmediatamente del suelo, ya que sólo así se rompían los contactos con los poderes infernales, transmitidos a través de la tierra. Para facilitar las capturas se usaban muchas veces unas jaulas de madera de grueso piso, dentro de las cuales eran metidas rápidamente... tras lo cual ya no había ningún peligro, ya que una vez en manos de la Inquisición el diablo ya no tenía nada que hacer.
Sin embargo, Satanás era tan atrevido que no se detenía ni antes los representantes de la Iglesia.
Numerosos eran los sacerdotes, incluso los Inquisidores, que habían sido tentados por Satanás, aunque éste demostraba una predilección especial por los conventos de monjas. María de Sains, religiosa de Lille, confesó en 1615 haber mezclado hostias y sangre consagradas, polvo de macho cabrío, huesos, cráneo de niño, pelos, uñas, carne, con trozos de hígado y de cerebro, para destruir a toda la comunidad. Declaraciones como esta pueden hallarse a cientos en los anuales de la Inquisición. Hoy en día tal vez nos merecieran el concurso de un psiquíatra, pero entonces la psiquiatría aún no existía.
Las brujas sólo podían ser destruidas por el fuego y la muerte. A veces, cuando ni el juicio ni la tortura conseguían nada, se utilizaba otro medio para saber si el acusado era culpable o inocente: se le ataba de pies y manos, se le introducía en un saco y se le arrojaba al agua: si flotaba era evidentemente culpable, y se le llevaba rápidamente a la hoguera. Si se hundía, su inocencia quedaba probada... aunque la mayor parte de las veces, cuando se sacaba de nuevo al desgraciado, éste ya se había ahogado, con lo que el fin de la prueba era siempre el mismo: la muerte del sujeto acusado.
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