En el norte de México, en la zona de Mapimí, hay una extensión desértica que es conocida como la “zona del silencio”. Existe la creencia, de que en esta zona las transmisiones electromagnéticas no se propagan, las brújulas no apuntan al norte magnético, los encuentros con extraterrestres son frecuentes, y la flora y fauna presenta mutaciones.
La zona, en efecto,es una reserva ecológica, para proteger las especies ambientadas en ese clima desértico, que en algunos casos son únicas y en peligro de extinción (aunque no mutantes).
Una de estas historias es el incidente de Ernesto y Josefina Díaz. El 13 de octubre de 1975 la pareja se montó en su pickup con destino la Zona de Silencio para recoger muestras de rocas y fósiles. Fueron sorprendidos por una tormenta que anegó el terreno, en el que se les quedó atascado el coche. Cuando estaban intentando liberarlo, dos seres muy altos y con chubasqueros amarillos se les acercaron. Les pidieron que se montasen en el coche mientras que ellos empujaban y consiguieron sacarlo con facilidad. Al mirar atrás, los seres ya no estaban.
Otras historias hablan de extrañas luces en el cielo, arbustos ardiendo y lluvia de fuego. También ayuda, que esta zona se encuentra en el mismo paralelo que el triángulo de las Bermudas, las pirámides de Giza, o las ciudades sagradas del Tíbet.
Pero, ¿cómo surgió este extraño mito, y cómo se ha propagado a nivel internacional?
Esta historia fue inventada deliberadamente para generar turismo y fue mostrada al mundo a través de los medios de comunicación. Su desarrollo es una historia digna de una tesis sobre cómo la información, sin importar cuán errónea sea, puede propagarse por todo el mundo y desarrollarse a partir de un hecho ficticio. El hilo de la historia se inicia en Green River, Utah, en 1970. El 2 de julio, desde la base militar de EE.UU. se disparó un misil de prueba Athena hacia el sur, con la intención de que impactase cerca de la base militar de White Sands, en Nuevo México. Tal vez alguien en la base de Green River cometió un error o tal vez el propio equipo era defectuoso. En cualquier caso, el misil no aterrizó en White Sands. Ni siquiera en algún lugar cerca de la frontera entre México y Estados Unidos. En lugar de eso, siguió 600 kilómetros al sur y cayó del cielo en la esquina sureste del estado de Chihuahua, a pocos kilómetros escasos de donde ahora se encuentra la estación de campo de la reserva ecológica.
La historia podría haber terminado ahí, porque casi nadie vio la caída del artefacto. Quizá algún pastor creyese que un ángel había caído del cielo. La gente en los pueblos atribuyó el destello a una estrella fugaz inusualmente brillante o a un meteorito. Tal vez nada más se habría dicho si el Gobierno de los Estados Unidos no se hubiese interesado por recuperar el misil. Gente local fue contratada para peinar la zona por tierra, mientras que aviones americanos lo buscaban desde el aire. Una vez recuperados los restos, y limpiada la zona, los americanos se fueron y volvieron a dejar todo tan solitario y aburrido como solía estar. Algunos de los locales participantes en el dispositivo organizado por el gobierno de los EE.UU. vieron la posibilidad de negocio si conseguían atraer turismo a la zona, y el incidente del misil era el pretexto perfecto. Adornaron la historia con unos vórtices magnéticos que provocaron el fallo del misil, de tal manera que llamaron la atención de los medios de comunicación. Y a partir de ahí se creó el mito, que se ha ido realimentando con cada argumento adicional (cierto o falso) ocurrido desde entonces.
Pero en realidad, ningún trabajador de la reserva ha tenido problemas en comunicarse por radio, ni con sus brújulas. Nunca antes de 1970 nadie había hablado de ningún extraño efecto en esa zona. Y es más, la zona en sí ha cambiado su ubicación. Originalmente se encontraba donde cayó el misil, pero en los últimos 20 años se ha desplazado más cerca de El Tapado, donde un ingeniero de PEMEX afirmó que su equipo dejó de funcionar.
Los habitantes de la región están divididos entre los que están a favor y en contra de ese grupo de población, de escaso coeficiente intelectual, que acude a visitar la zona del silencio y que son conocidos como zoneros. Todo depende de si se benefician económicamente o no. Uno de los que están en contra, confesaba que en una ocasión, al ser preguntado por la manera de llegar a la zona de silencio por un grupo de zoneros, respondió que tenían que seguir la carretera hasta que se encontrasen con unos marcianos que pasaban de una cuneta a la otra
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